Draco
corría por el pasillo de aquel edificio de oficinas abandonado. Aunque el huir
de aquel hombre le provocaba el no pensar tan siquiera donde iba, sentía cómo
le ardía el brazo, en el sitio en el que le habían disparado. Draco solo corría
por escapar de aquel desconocido que le perseguía con un arma y con la clara
intención de acabar con él. Llegó Draco a una sala que parecía que en su día
era donde se reunían los altos ejecutivos de la empresa. Se encogió debajo de
la mesa y esperó. Solo escuchaba su fuerte aliento e hizo un intento por
escuchar si el desconocido se acercaba o no. De repente se abrió la puerta y
aquel desconocido empezó a disparar a diestro y siniestro por toda la sala.
-
¿Dónde estás? ¡Vamos! Sé que estás aquí. – Pegó otro tiro. - Solo quiero que me
digas quién te manda. Te prometo que no te haré daño. - Terminó la frase en una
carcajada.
El
desconocido se movía por la oscura sala buscando a su presa. Cada tres pasos
pegaba un tiro en cada mesa por la que pasaba, hasta que llegó a la última, la
más grande y dónde estaba escondido Draco. El hombre frunció el ceño y se paró:
-
¿Quién te manda? ¿Cómo sabes esas cosas? ¿Te lo ha dicho algún policía?
- No me
manda nadie. - Draco salió de debajo de la mesa con el brazo ensangrentado,
intentando hacer presión sobre él con el otro y con el rostro bien sereno.
-
Entonces, ¿cómo sabes tanto de este caso?
A Draco
le costó buscar una buena excusa, pero era muy difícil pensar mientras un
completo desconocido te apuntaba con una pistola:
- Las
dos personas que murieron eran mis amigos, solo quería saber si fue un
accidente o alguien está detrás.
- Y si
hubiera alguien detrás, ¿qué harías?
-
Pues... - le costó pensar- nada. ¿Qué soy yo, sino un don nadie?
Aunque
estaba mintiendo, a Draco no le sonó mucho a mentira lo que acababa de decir.
Vivía
en ese edificio. Un edificio, que abandonado por una empresa que quebró, era
cobijo de tantos mendigos y sin techos de todo Madrid. Ahora se encontraba
delante de una persona que le apuntaba con una pistola mientras él se
desangraba. En tres años de residencia en aquel lugar, solo había hecho un
amigo, Rodrigo, que era quién ahora estaba mirando por la puerta entreabierta
de la sala. El hombre del arma seguía interrogando a Draco, momento que
aprovechó Rodrigo para deslizarse dentro de la sala. Muchas veces se había
colado en el metro o salió con media estantería de un supermercado en los
bolsillos de su abrigo sin ser visto, era una habilidad que iba perfeccionando
cada día. Cuando entró en la sala, solo hizo una cosa y casi sin pensar, cogió
una de las lámparas que había allí abandonadas y se la tiró a aquel hombre que
amenazaba a su amigo. El fuerte golpe hizo perder el equilibrio y el arma al
desconocido. Rodrigo corrió rápido a por la pistola. Draco no sabía qué estaba
pasando hasta que vio a su amigo que corría hacia él. El desconocido permanecía
tumbado en el suelo. Rodrigo estaba muy nervioso, tenía un arma en las manos y
apuntaba hacia ese hombre. Él nunca había cogido una, nunca la necesitaba, lo
suyo era robar comida por necesidad, no herir a nadie o matar. Al ver Draco la
reacción de su amigo ante la sensación de tener un arma, le dijo:
-
Tranquilo Rodrigo, está inconsciente, no creo que se levante en un rato. Venga,
suelta la pistola sobre esa mesa y ayúdame que me desangro.
Rodrigo
fue muy lentamente hasta la mesa que le señaló Draco, no paraba de apuntar
hacia el hombre tumbado en el suelo. Llegó a la mesa y dejó la pistola como si
fuera la más fina pieza de porcelana jamás concebida. Se volvió hacia Draco y
dijo:
- ¡Pero
si estás bañado en sangre! Déjame ver esa herida.
Cuando
se propusieron a ver la herida, el hombre tumbado en el suelo se levantó y como
si endemoniado estuviera, salió corriendo de aquella sala. Rodrigo intentó
seguirlo, pero Draco lo detuvo:
-
Déjalo, no te metas tú en estos problemas.
Una vez
en el hospital, Draco pidió que la bala que le habían sacado, la guardaran y se
la entregaran a él, que él se encargaría de dársela personalmente a la policía.
El médico se negó, y empezó una discusión entre Draco y el doctor. En ese justo
instante entró Marco por la puerta. Enseñando su placa le pidió al doctor que
lo dejara a solas con el paciente, el doctor accedió y se fue.
- Te
juro que no tenía ni idea de lo negro que es este caso.
- Claro,
ahora nadie sabe nada. No es la primera vez que me pasan estas cosas por querer
ayudarte en uno de tus asuntos.
-
Cuando mamá nos dejó le prometí que cuidaría de ti. Sabes que daría la vida por
protegerte.
- Pues
mejor no la des, porque para lo que me estás protegiendo.... Además no saques
otra vez el tema, son recuerdos que prefiero olvidar. - Zanjó Draco.
-
Bueno, se me olvidaba que ahora necesitas reposo, solo te preguntaré una cosa:
¿Has sacado algo?
- De
sacar va la cosa, mira esa bolsita que ves en esa mesa. Tráela.
Marco
la cogió y la observó:
- Creo
que si se la llevas a los de balística estarán entretenidos durante un rato.
- ¿Una
bala? ¿Me tomas el pelo?
- Pues
es eso o nada, porque no me pienso volver a meter en ninguno de tus asuntos,
además aquí el poli eres tú.
Marco
volvió a mirar la bala. Su hermano llevaba razón. Aunque no sabía mucho sobre
balística, sabía que ese tipo de bala no era muy común en España, ni mucho
menos en Madrid. Pero él sabía a quién podría pertenecer. El caso no hacía más
que dar vueltas, ¿qué tenía que ver en esto el jefe de la Policía Nacional?
Solo pidió que la bala no fuera del modelo en el que él pensaba, si no, algo
muy gordo se estaba tramando en las dependencias policiales…