Capítulo III. Turbios asuntos

       Draco corría por el pasillo de aquel edificio de oficinas abandonado. Aunque el huir de aquel hombre le provocaba el no pensar tan siquiera donde iba, sentía cómo le ardía el brazo, en el sitio en el que le habían disparado. Draco solo corría por escapar de aquel desconocido que le perseguía con un arma y con la clara intención de acabar con él. Llegó Draco a una sala que parecía que en su día era donde se reunían los altos ejecutivos de la empresa. Se encogió debajo de la mesa y esperó. Solo escuchaba su fuerte aliento e hizo un intento por escuchar si el desconocido se acercaba o no. De repente se abrió la puerta y aquel desconocido empezó a disparar a diestro y siniestro por toda la sala.
- ¿Dónde estás? ¡Vamos! Sé que estás aquí. – Pegó otro tiro. - Solo quiero que me digas quién te manda. Te prometo que no te haré daño. - Terminó la frase en una carcajada.
El desconocido se movía por la oscura sala buscando a su presa. Cada tres pasos pegaba un tiro en cada mesa por la que pasaba, hasta que llegó a la última, la más grande y dónde estaba escondido Draco. El hombre frunció el ceño y se paró:
- ¿Quién te manda? ¿Cómo sabes esas cosas? ¿Te lo ha dicho algún policía?
- No me manda nadie. - Draco salió de debajo de la mesa con el brazo ensangrentado, intentando hacer presión sobre él con el otro y con el rostro bien sereno.
- Entonces, ¿cómo sabes tanto de este caso?
A Draco le costó buscar una buena excusa, pero era muy difícil pensar mientras un completo desconocido te apuntaba con una pistola:
- Las dos personas que murieron eran mis amigos, solo quería saber si fue un accidente o alguien está detrás.
- Y si hubiera alguien detrás, ¿qué harías?
- Pues... - le costó pensar- nada. ¿Qué soy yo, sino un don nadie?
Aunque estaba mintiendo, a Draco no le sonó mucho a mentira lo que acababa de decir.
Vivía en ese edificio. Un edificio, que abandonado por una empresa que quebró, era cobijo de tantos mendigos y sin techos de todo Madrid. Ahora se encontraba delante de una persona que le apuntaba con una pistola mientras él se desangraba. En tres años de residencia en aquel lugar, solo había hecho un amigo, Rodrigo, que era quién ahora estaba mirando por la puerta entreabierta de la sala. El hombre del arma seguía interrogando a Draco, momento que aprovechó Rodrigo para deslizarse dentro de la sala. Muchas veces se había colado en el metro o salió con media estantería de un supermercado en los bolsillos de su abrigo sin ser visto, era una habilidad que iba perfeccionando cada día. Cuando entró en la sala, solo hizo una cosa y casi sin pensar, cogió una de las lámparas que había allí abandonadas y se la tiró a aquel hombre que amenazaba a su amigo. El fuerte golpe hizo perder el equilibrio y el arma al desconocido. Rodrigo corrió rápido a por la pistola. Draco no sabía qué estaba pasando hasta que vio a su amigo que corría hacia él. El desconocido permanecía tumbado en el suelo. Rodrigo estaba muy nervioso, tenía un arma en las manos y apuntaba hacia ese hombre. Él nunca había cogido una, nunca la necesitaba, lo suyo era robar comida por necesidad, no herir a nadie o matar. Al ver Draco la reacción de su amigo ante la sensación de tener un arma, le dijo:
- Tranquilo Rodrigo, está inconsciente, no creo que se levante en un rato. Venga, suelta la pistola sobre esa mesa y ayúdame que me desangro.
Rodrigo fue muy lentamente hasta la mesa que le señaló Draco, no paraba de apuntar hacia el hombre tumbado en el suelo. Llegó a la mesa y dejó la pistola como si fuera la más fina pieza de porcelana jamás concebida. Se volvió hacia Draco y dijo:
- ¡Pero si estás bañado en sangre! Déjame ver esa herida.
Cuando se propusieron a ver la herida, el hombre tumbado en el suelo se levantó y como si endemoniado estuviera, salió corriendo de aquella sala. Rodrigo intentó seguirlo, pero Draco lo detuvo:
- Déjalo, no te metas tú en estos problemas.
Una vez en el hospital, Draco pidió que la bala que le habían sacado, la guardaran y se la entregaran a él, que él se encargaría de dársela personalmente a la policía. El médico se negó, y empezó una discusión entre Draco y el doctor. En ese justo instante entró Marco por la puerta. Enseñando su placa le pidió al doctor que lo dejara a solas con el paciente, el doctor accedió y se fue.
- Te juro que no tenía ni idea de lo negro que es este caso.
- Claro, ahora nadie sabe nada. No es la primera vez que me pasan estas cosas por querer ayudarte en uno de tus asuntos.
- Cuando mamá nos dejó le prometí que cuidaría de ti. Sabes que daría la vida por protegerte.
- Pues mejor no la des, porque para lo que me estás protegiendo.... Además no saques otra vez el tema, son recuerdos que prefiero olvidar. - Zanjó Draco.
- Bueno, se me olvidaba que ahora necesitas reposo, solo te preguntaré una cosa: ¿Has sacado algo?
- De sacar va la cosa, mira esa bolsita que ves en esa mesa. Tráela.
Marco la cogió y la observó:
- Creo que si se la llevas a los de balística estarán entretenidos durante un rato.
- ¿Una bala? ¿Me tomas el pelo?
- Pues es eso o nada, porque no me pienso volver a meter en ninguno de tus asuntos, además aquí el poli eres tú.
Marco volvió a mirar la bala. Su hermano llevaba razón. Aunque no sabía mucho sobre balística, sabía que ese tipo de bala no era muy común en España, ni mucho menos en Madrid. Pero él sabía a quién podría pertenecer. El caso no hacía más que dar vueltas, ¿qué tenía que ver en esto el jefe de la Policía Nacional? Solo pidió que la bala no fuera del modelo en el que él pensaba, si no, algo muy gordo se estaba tramando en las dependencias policiales…

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